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Una muerte en un retal (I):

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Genio (1)

A pesar de las terribles circunstancias, Clarke despertó sintiéndose bien, sin dolor ni miedo, aunque el bienestar le duró poco.  Pronto recordó que estaba en medio del desierto, que el todoterreno había caído en un agujero que se abrió bajo las ruedas de repente, que la caída había sido muy larga, que los sonidos de los cuerpos de sus compañeros de vehículo cuando finalmente se había estrellado contra el fondo no le animaban a pensar que hubiera más supervivientes, que había perdido el sentido y que, probablemente, él mismo estuviera, si no muerto, algo peor: tan malherido que su final podría ser peor que el de sus cuatro compañeros aplastados entre los hierros.

Dos polizones

—¿Falta mucho? Me estoy impacientando. —No es eso, Omhi, reconócelo.  Es que no te fías de mí. —Pues es verdad, no me fío de ti, Namhas.  La última vez que me fié de ti terminamos en un pozo de visiones viscosas y tuvieron que venir a rescatarnos.  Aún me da vergüenza recordarlo. —Eso fue porque no conocíamos bien el terreno.  Me guié por rumores, Omhi.  Pero esta vez he venido a comprobarlo antes de decirte nada.  Quería estar seguro, y acerté.  Te vas a sorprender con mi descubrimiento.

Después del Cosmos

Frío.  No del que sentía cuando era humano, en su casa de Santa Isabel, sino uno mucho mas profundo.  El frío del espacio.  El del espacio que hay entre las galaxias.  El frío del vacío.  El de millones de años luz sin una sola molécula de materia.  El del metal surcando la nada, el vacío infinito, a la temperatura del cero absoluto.  Ese era el frío que estaba sintiendo Anand cuando despertó.

Presente perfecto

21 de marzo de 2024 La cabaña era pequeña , pero no así el frondoso bosque que la rodeaba, que se extendía hasta la cordillera nevada.  Además, Shen apenas subía al exterior; pasaba la mayor parte de los días y las noches en el sótano, bajo las raíces de los árboles que a veces se asomaban por las paredes de cemento, investigando.  Solo salía cuando se lo pedía Estrella.

Los Mundos Infinitos

— Saludos, Ísquime.  Se requiere tu presencia de inmediato. El grupo liderado por Ísquime se encontraba en una posición de ventaja.  Habían resuelto cuatro de las siete propuestas sin ningún error, y eso les daba tiempo y ciclos suficientes para terminar el experimento sin prisas.  Y justo ahora, cuando más compenetrados se sentían y mejor fluían las ideas, llegaba ese mensaje.  Y además, ¿quién lo enviaba? — Saludos, mensajero.  ¿Quién me reclama? — El remitente es privado, solo tú puedes saberlo.  Pido disculpas a los demás. — Disculpas aceptadas —dijo el resto del grupo con una sola voz—.  ¿No pueden esperar? Estamos a punto de resolver un problema complejo. — No importa —dijo Ísquime—, seguro que podéis seguir sin mí.  Ya habíamos avanzado bastante. Eso era cierto.  Los flujos cuánticos trazaban una parábola perfecta y alrededor del conjunto de bosones la gravedad se había invertido.  Podían analizar los resultados sin Ísquime, de momento.

Efecto Walter.

—Buenos días Walter.  Bienvenido a la vida. Walter abrió los ojos bajo un techo de color rojo caldero.  Un color agradable, pensó, aunque en ese momento fue más una sensación que un pensamiento elaborado: Walter no era capaz de recordar ninguna palabra.  Permaneció así un buen rato, pero no supo cuánto, pues también carecía de la habilidad para captar el paso del tiempo.  En cualquier caso, no sentía malestar, dolor, mareo ni ninguna otra sensación desagradable.  Estaba bien, y por algún motivo eso le aliviaba.  Creía haber estado peor. Pero solo fue al principio.  Poco a poco, Walter fue recobrando sus capacidades, el techo comenzó a tener algo más de definición, con más contrastes, más bordes y unas luces que brotaban de las esquinas, y también su conciencia de sí mismo fue definiéndose. —Buenos días, Walter.  Bienvenido a la vida —escuchó otra vez—.

Una ventana en el suelo.

2 de febrero de 2024 Hoy es dos de febrero de 2024, el vigésimo segundo cumpleaños de John Valverde, y sigue siendo virgen. No le han faltado oportunidades, ni candidatas, para llevar una vida sexual normal, pero John, como bien sabes, no es precisamente normal.  John es capaz de percibir con total nitidez el corazón de los seres humanos que tiene cerca.  No es que escuche los pensamientos, como quien oye una emisora de radio o un discurso elaborado: lee directamente en los corazones. Recibe, en un nítido eco que traspasa los tejidos, a golpes de miedo, esperanza, tristeza, rencor o bondad, todas las sensaciones de los que están a su alrededor.